El trato dispensado por el congreso a la nación dos veces derrotada fue más generoso que el que se daría a Alemania en el tratado de versalles, al término de la primera guerra mundial. De hecho, hasta 1914 sólo dos guerras desplazaron las fronteras dibujadas por el congreso: las de la unificación italiana (1861) y alemana (1871), ambas debidas al impulso del nacionalismo, una fuerza que Viena reprimió. El congreso, en efecto, aseguró la independencia de los estados prescindiendo de los derechos de los pueblos y por encima de las reivindicaciones democráticas.


Ello hizo que las guerras civiles y las revoluciones fueran incesantes en la Europa diseñada por el congreso, mientras que ninguna guerra entre estados duró más de unos meses ni involucró a las grandes potencias, a excepción de la de crimea, derivada de la descomposición del Imperio otomano, que no había suscrito el acta final del congreso. Ésta se firmó el 9 de junio de 1815, nueve días antes de Waterloo; el temor al Gran Corso había minimizado las diferencias entre los reunidos en Viena