Ante la oposición de Gran Bretaña, Austria y Francia, en enero de 1815 Rusia abandonó sus pretensiones sobre la totalidad de Polonia, si bien recibió gran parte de la misma. También obtuvo Finlandia, arrebatada a Suecia, país que fue compensado con la incorporación de Noruega, antes perteneciente a Dinamarca, aliada de Bonaparte.

Por su parte, Prusia obtuvo dos quintas partes de Sajonia (el resto de la cual se mantuvo como Estado independiente) y recibió, además, casi toda la orilla izquierda del Rin (Renania y Westfalia), mientras que Austria incorporaba la Lombardía y el Véneto.



De este modo, Prusia y Austria se convertían en un baluarte contra la temida Francia, cuyo cerco se completó con la unión de Bélgica y Holanda en el nuevo reino de los Países Bajos y la restauración del reino de Cerdeña, al que se incorporó la antigua república de Génova. Era ésta una solución satisfactoria para el Reino Unido, que veía en Prusia y Austria un dique contra la expansión europea de Rusia, de la que temía que ocupase el vacío dejado por Francia en el continente.

El regreso al poder de Napoleón (el «Imperio de los Cien Días»,en marzo-junio de 1815) y su derrota definitiva por Wellington en Waterloo conllevaron algunos cambios en los acuerdos: la sustitución de Murat por un Borbón en Nápoles y, para Francia, la pérdida del Sarre, una indemnización de guerra y diez años de ocupación militar.